Después de cuatro horas de tensión, la convencieron para que no lo hiciese. Harikleia engordará la estadística del paro, pero por lo menos puede contarlo. Hay otra estadística, más dramática, que ha dado a conocer el Ministerio de Sanidad griego: la tasa de suicidios se ha incrementado un 40 por ciento desde que empezó la crisis. La desesperación de harikleia es extrema, pero simboliza muy bien el estado de ánimo que se está apoderando de buena parte de los europeos, en especial entre los 20 millones de parados de la UE. Ciudadanos contra las cuerdas como el italiano Salvatore de Salvo, un agente comercial desempleado, y su mujer, que se quitaron la vida después de enviar una carta abierta al Gobierno. “Os enteraréis por los periódicos de la gran dignidad con que saben morir dos ciudadanos asqueados de la hipocresía y de la crueldad de vosotros, los políticos”, advirtieron. O el caso de Félix, un agricultor valenciano que se quemó a lo bonzo en su garaje después de perder su trabajo. “La situación va a empeorar conforme avance el año y en 2013, sobre todo para la población comprendida entre 40 y 55 años”, vaticina el psiquiatra francés Michel Debout, autor de una investigación sobre suicidio y precariedad laboral. “Debería organizarse un dispositivo de apoyo psicológico enfocado a los parados. La sociedad les demostraría que todavía cuentan. Un parado se suicida porque ya está socialmente muerto”.
La recesión no solo afecta al bolsillo, también a la salud. Los desempleados tienen el doble de posibilidades de sufrir estrés, ansiedad y trastornos depresivos que las personas con trabajo. El sociólogo austríacos Paul Hartzfeld ha comprobado que el desempleo de larga duración provoca pérdida de confianza, sentimiento de abandono y desprecio hacia uno mismo. Y tener la autoestima por los suelos debilita el sistema inmunitario y es una puerta abierta a otras enfermedades.
El miedo a perder el trabajo también amarga a los que lo conservan. Se han triplicado las patologías profesionales que cursan sin baja; entre ellas, el estrés y la depresión. La Federación de Asociaciones para la Defensa de la Sanidad Pública calcula que entre 1500 y 4000 personas morirán en España cada año con dolencias relacionadas o agravadas por la pérdida del empleo. Además, se producirá un descenso de la esperanza de vida.
Las señales de alarma ya están ahí. El año pasado, los españoles se gastaron casi mil millones de euros en fármacos para evitar la angustia: 475 millones en antidepresivos y 468 en ansiolíticos, según datos de la consultora IMS. Los médicos de familia calculan que el consumo de antidepresivos se ha disparado desde 2007, cuando empezó la crisis, y podría superar el 30 por ciento. “Se está medicalizando mucho el sufrimiento. La tolerancia a la angustia es menor y se soluciona con una pastilla”, explica el doctor José Basora, presidente de la Sociedad Española de Medicina de Familia y Comunitaria. En cuanto al uso de benzodiacepinas, como el Orfidal y otros ansiolíticos, su consumo se ha elevado un 13 por ciento en el mismo periodo.
Los psiquiatras de las unidades de salud mental saben mejor que nadie que los ánimos están cada vez más mustios: la mitad de sus pacientes son parados. Los diagnósticos más frecuentes: depresión trastorno adaptativo y ansiedad. Según el psiquiatra José Carlos Fuertes, autor de un estudio sobre la repercusión de la crisis económica en la salud mental, cuatro de cada diez pacientes reconocen que han aumentado notablemente el consumo de alcohol en los últimos meses. A su juicio, se trata de una consecuencia lógica en una situación como la actual, de agobio e incertidumbre, “porque el alcohol es una droga polivalente, social e institucionalizada. Muchos, en lugar de acudir al psiquiatra, van al bar a tomarse unas copas”.
Que se dispare el consumo de alcohol y otras adicciones enturbia aún más el panorama en un país como España, que ya encabeza las estadísticas europeas de consumo de drogas en los años de opulencia. “La adicción es una enfermedad multicausal y los factores sociales influyen. Si el entorno es inestable, estimula el consumo”, explica Fidel Riba, director médico del centro terapéutico Marenostrum, en Barcelona. Riba matiza que lo peor no ha llegado aún. “No se va a notar un auge de pacientes adictos de manera inmediata porque la primera fase de la enfermedad es silente y dura de siete a diez años. Igual que un tumor puede estar mucho tiempo creciendo sin dar síntomas, la adicción no se manifiesta de la noche a la mañana. Solo eclosiona cuando los desastres en la vida del adicto son muy evidentes”.
Curiosamente, el consumo de cocaína ha descendido. Una de las razones es su carestía: unos 60 euros el gramo. Está asociada al éxito laboral y al alto poder adquisitivo. ¿Hay una droga asociada al fracaso? “El alcohol es relativamente barato. Y los ansiolíticos también son asequibles y, a la larga, pueden provocar más casos de adicción en mujeres, que consumen el doble de hipnóticos que los hombres”, opina Riba.
El paro juvenil (47 por ciento en España) también hace mella. “La inseguridad laboral está provocando un aumento de la patología ansiosa, y en el caso de los jóvenes la situación se agrava porque sus expectativas son más inciertas”, afirma el psiquiatra Salvador Ros. ¿El futuro? La ansiedad será la primera causa de discapacidad en 2020.
-¿Por qué las adicciones aumentan en momentos de crisis económica?
Porque es la enfermedad del autoengaño. Distorsionas una realidad que te causa angustia y que no puedes afrontar, huyes de ella. Y caes en un pozo. Crees que la puedes controlar, pero no.
-¿Ni siquiera con fuerza de voluntad?
No. Es una idea muy extendida, pero no es así. El cerebro del adicto depende de los estímulos placenteros que le proporcionan las drogas, que actúan sobre el circuito de la recompensa cerebral, el que nos proporciona gratificación liberando sustancias como la dopamina cuando realizamos actividades indispensables para vivir, como beber agua, comer o tener relaciones sexuales. Por eso las repetimos. Con el tiempo, la dopamina liberada por el tóxico va disminuyendo. Y el paciente sigue consumiendo no para pasárselo bien, sino para evitar el malestar.
-Pero no puede evitarlo…
No. Cada vez necesita más. Y se gasta más… Y se siente culpable. Y más en un entorno de crisis, porque le quita tiempo y dinero a la familia para seguir consumiendo. La culpa agrava la adicción. Todo se confabula para que siga consumiendo.
-¿La adicción tiene cura? No. Es crónica. Pero tiene tratamiento, igual que ocurre con la diabetes. El adicto debe reconocer, lo primero, que está enfermo y, a partir de ahí, aprender a vivir sin ningún tipo de tóxico.
-¿Por qué se hizo adicta?
Era muy perfeccionista. No me bastaba con ser la mujer 10, quería ser la mujer 14. Y quería solucionarle la vida a todo el mundo. Tenía tanto estrés que fui a mi médico a que me recetase unos ansiolíticos. Me sentaron bien y empecé a tomar cada vez más, a mezclarlos con alcohol…
-A su marido lo asesinó ETA, ¿influyó en su adicción?
Yo ya era adicta entonces, pero me hice la fuerte. Así que aumenté el conumo. Además, intentaba ayudar a mi hermana Marga, que era alcohólica. No pude. Ella murió. Para entonces, yo languidecía. No tenía fuerzas ni para levantarme de la cama.
-Y buscó ayuda…
Es que sin ayuda profesional no puedes salir de este agujero. Ingresé en el centro del Vallès.
-Y ahora lo dirige…
Sí. Y es una satisfacción muy grande poder ayudar a otras personas.