Le podemos poner poesía, usar eufemismos o todo lo que queramos, pero si nos atenemos a la realidad, ingresar en un centro de desintoxicación es poner remedio a una grave enfermedad.
El centro está ubicado dentro del edificio de un hotel, aunque tienen reservada la cafetería y varias plantas sólo para la clínica. Pero la sensación no es de hospital. En absoluto. Es todo sobrio pero agradable. Las enfermeras sí llevan bata, pero los terapeutas no, casi se confunden con los pacientes. Entre ellos no se puede decir que haya un perfil concreto. Hay gente de todas las edades, aunque, eso sí, la forma de vestir y su comportamiento denotan que son de una clase media alta o alta. No todo el mundo puede gastarse entre 18.000 y 20.000 euros en un tratamiento de un máximo de 12 semanas y dentro de una terapia para toda la vida, porque al salir del centro tienen reuniones de apoyo vitalicio, si quieren.
En este lugar hay adictos a todo tipo de sustancias, pero para este reportaje de 24 horas nos hemos centrado en la dependencia al alcohol, una de las más habituales y que, al no tratarse de una sustancia ilegal, muchas veces queda escondida y, desde luego, es de las que más tardan en manifestarse. Asuntos como el del incremento de las penas por conducir después de haber bebido y el hecho de que, en los últimos años, la mayoría de los adictos al alcohol lo sean también a otra sustancia, ha hecho que el alcohólico, afortunadamente, ya no se vea como "el cuñado gracioso, que se pone divertido cuando se toma tres copas" o "esa amiga que en cuanto se bebe dos vinos ya está intentando ligar con el primero que pase". La sociedad empieza a tomar conciencia de que el alcohol es una droga y, como la heroína, la cocaína o los barbitúricos, necesita un método para que las personas se desenganchen de ellas.
En la conversación que tienes nada más entrar, el doctor Fidel Riba (director médico del centro) te lo explica. La adicción es una enfermedad neuroadaptativa. Las drogas inciden directamente en los receptores del placer y actúan como un neurotransmisor, la dopamina, engañando al cerebro. La adicción se produce porque el cerebro ?aprende? que cuando está en contacto con esa sustancia se produce un placer intenso. Esta información es esencial para que el paciente sea consciente de que tiene una enfermedad crónica y además consiga romper con determinados sentimientos de culpa. Y también para los familiares, por supuesto, que entienden que esa persona realmente está enferma, que sin ayuda no puede dejar de consumir y que, aunque parezca paradójico, no lo hace por gusto. Y el problema no es algo aislado. Según un informe de la Fare (Federación de alcohólicos Rehabilitados de España) más de 3,68 millones de españoles (un 8% de la población) abusa del alcohol y casi dos millones (4%) son o están en riesgo de ser adictos a la bebida y necesitan tratamiento.
MAL TRAGO. En Marenostrum el porcentaje de los que ingresan por causa del alcohol es el más alto, aunque según una estadística del centro, si comparamos datos de 2000 con 2008, ha disminuido levemente. En el primer caso, un 50% de los ingresados lo hacían por ese motivo, frente a un 36% ocho años después.
Aquí siguen el método Minessota. Este sistema que aboga por la desintoxicación, deshabituación, rehabilitación y reinserción, rechaza los fármacos, excepto durante el período de desintoxicación, y apuesta por una terapia cognitiva conductual y de grupo, recursos psicológicos y una rutina, porque los adictos suelen llegar al centro con una vida caótica y no tienen horarios ni disciplina. Con todo eso, se puede dar el primer paso, dejar el alcohol, pero hay que estar alerta ante las recaídas. En Marenostrum tienen un porcentaje de un 82% de recuperaciones con un 14% de altas voluntarias (es decir, que se marchan porque no soportan el tratamiento o porque consideran que están bien), un 3% de exclusión del tratamiento (o sea, que se les ha expulsado por incumplir normas) y un 1% de traslados a otros centros, normalmente por problemas de salud.
Me explica L.A. una mujer de 43 años que está en el centro por consumo de alcohol y barbitúricos, "que se vuelve a enseñar al cerebro a vivir sin ellos. Intentan que se nos quite ese rollo impulsivo y de incapacidad para aceptar la frustración o el dolor".
Estoy hablando con L.A. en el pasillo, esperando para conocer a los terapeutas que me van a explicar en qué consiste lo que hacen. Todos ellos son ex consumidores de droga. Y también todos politoxicómanos, como la mayoría de los pacientes. El alcohol suele ser la droga que acompaña a todo lo demás, pero según comenta Sol Bacharach, directora del centro y también ex adicta a los tranquilizantes y al alcohol, en las adicciones si hay diferencias por sexos. "Normalmente, las mujeres vienen más tarde, practican un consumo solitario, disimulan. Yo, de hecho, lo hacía. Intentaba que nadie lo notara. Y su adicción radica en tranquilizantes y alcohol. El caso de los hombres suele ser distinto, más social. Y normalmente su problema es de alcohol y cocaína".
ACEPTACIÓN. J.P. está aquí por esa razón. "Yo trabajaba en un bingo", explica, "y siempre había bebido mucho, en ese ambiente es habitual. Pero empecé a tomar cocaína y me fui metiendo en una espiral irreal. Me gastaba todo el dinero en copas, alcohol y prostíbulos. Me arruiné. Hasta que un día mi familia me dio un ultimátum. Entré aquí y estoy en la fase casi final. A mí me ha ayudado mucho la terapia de grupo. Cuando se ingresa, la mayoría pensamos que esto no es para nosotros o que no hemos amenazado a la propia madre con un cuchillo, por ejemplo, pero al final te das cuenta de que has hecho barbaridades y saber la experiencia de los otros ayuda mucho".
Bar sin alcohol y sin vasos altos para no despertar recuerdos marcan la antesala del almuerzo. El menú consta de proteínas, vegetales, hidratos de carbono y dulces. Me siento con un grupo de pacientes y uno de ellos empieza a contar chistes. Reina una alegría tranquila. Una prohibición: las relaciones sexuales entre los pacientes, "No es una cuestión moral", me explica Bacharach, "simplemente aquí la gente tiende a abrirse emocionalmente como nunca lo ha hecho y hay muchos casos de espejismos de enamoramiento".
Debatimos tras ver una película relacionada con el consumo de alcohol, Días de vino y rosas. Es hora de cenar, estamos agotados. Después de un día permanentemente acompañada, me resulta raro irme sola a la habitación. Me cuesta mucho dormir. Recuerdo el testimonio de un paciente que estuvo toda la noche soñando que volvía a beber y que aunque se despertaba y sabía que estaba en el centro lo evocaba como algo espantoso. Se levantó con dolor de cabeza, la boca pastosa, el estómago revuelto. Es decir, con resaca seca. En duermevela, me doy cuenta del esfuerzo que está haciendo toda esa gente para luchar contra algo que se ha convertido en parte de su vida diaria, y que no podría funcionar sin ella. Vivir sin consumir... y vivir muy bien es el lema del Centro Marenostrum.