Sol pasó de ser una alta ejecutiva de éxito a no poder vivir sin pastillas ni alcohol.
Creía que podía con el mundo. Las pastillas la hacían sentir bien, pero las dosis ya no eran suficientes. Nada lo era. Bajó al infierno, pero renació, y así nos lo cuenta en primera persona.
Sol es tan delgada como fuerte. Tan clara como firme. Sus pasos son rápidos, seguros, directos. En pocos minutos descubre sus mejores armas: "Los que hemos superado una adicción tenemos una seguridad en nosotros fuera de lo común".
"Ni yo misma sabía que era adicta. Cuando ya me encontraba muy mal y yo misma intuía algo, fui al médico esperandoque me hablara de una depresión o algo así. Pero salí con un sorprendente diagnóstico de adicción a psicofármacos y alcohol. ¿Que cómo puede una persona como yo, doctora en Derecho, profesora universitaria, caer en eso? Pues es más fácil de lo que se cree", nos cuenta. "Era joven, tenía una brillante carrera por delante, estaba casada y vivía con mi hijo, que tuve de una relación anterior. Soy la mayor de seis hermanos y siempre he tendido a querer ocuparme de todo, abarcar más de lo que el cuerpo y la mente son capaces de aguantar". Sol estudiaba, Sol se ocupaba del niño, Sol cuidaba a su familia, Sol viajaba, Sol dirigía su casa. Sol podía con todo. O eso parecía. Era la mujer perfecta y todo el mundo así lo creía. "Y yo, obligada a bregar con esa carga autoimpuesta, necesité ayuda. Quería hacerlo todo, y hacerlo bien. Pero mi cuerpo y mi cabeza no me acompañaban. Fui al médico y me recetó tranquilizantes". Ahí empezó la historia.
"Mis neuronas se acostumbraron a los psicofármacos. Me encontraba mejor, me sentía fuerte. Cuando debí empezar a rebajar el tratamiento -los antidepresivos y psicofármacos siempre han de dejar de tomarse de forma gradual-, cometí el gran error: seguí tomándolos sin supervisión médica. De ahí a que la dosis inicial ya no me hiciera efecto. Y la aumenté, incluso empecé a tomarla con alcohol. Comencé a tener síntomas de adicción. Pero no era consciente. Quería evadirme. Tenía prisa... hacia la nada". Sol es fuerte y habla con la claridad y el aplomo de quien sabe que ha superado el problema.
"Fui del verde al rojo sin pasar por el ámbar. Mi vida era un cúmulo de emociones alteradas". En ese momento, la vida la zarandeó. "En 1992, me quedé viuda. ETA asesinó a mi marido. Yo tenía 35 años. A los seis días estaba como si nada, en mis clases de universidad. Fueron años terribles. Y yo, más y más ciega en mi autodestrucción", "¿Y nadie se daba cuenta?", nos preguntamos. "Nadie. No se notaba. Al final me veían muy mal, pero no sabían por qué. Ahora he vuelto a ser yo. Consumes para estar bien. Y lo logras. Aunque cada vez necesitas más y no consigues el efecto. Te crees que estás bien. Es la enfermedad del autoengaño. ¡Ay! pero que no te falte, poque te vuelves loca. Nadie que no lo haya pasado lo entiende".
En esos años de bajada a los infiernos, el calvario de Sol no había terminado.
Siete años después de quedarse viuda, una de sus hermanas murió a causa de una adicción. "Tampoco supimos nada de la adicción de mi hermana hasta que ya fue demasiado tarde. Casi al final, cuando intuí que estaba mal, le pasé el folleto de una clínica de desintoxicación. Lo que entonces no sabía era que ese folleto me serviría a mí misma, tiempo después, para recuperar mi vida".
Tras la muerte de su hermana, Sol tuvo que ordenar sus cosas en un intento por cerrar ciclos. "Mientras ordenaba los papeles de mi hermana encontré el folleto de aquella clínica de desintoxicación que yo misma le había sugerido, y con la que, estaba claro, nunca contactó. Me lo guardé. Al poco tiempo, por mi propio pie, ingresé en el Centro Terapeútico del Vallés, pionero en aquel entonces".
A los dos meses, tras un severo tratamiento, empezaba su curación. ¿Fácil? No, en absoluto. Tuve que replantearme toda mi vida. Pero salí con la voluntad de retomarla. Y lo hice. Volví a dar clases, a relacionarme con mi familia, con mi hijo, conmigo. Y encontré a gente orgullosa de mí".
¿Y cuando ronda el fantasma de recaer? "Si tengo un bajón, sé a quién acudir, tengo salvavidas, todo menos consumir". Tomó el centro como su propio proyecto, se puso al frente y lo convertió en el actual Mare Nostrum. Le dedica muchas horas. "Nadie como los 21 profesionales que trabajan aquí sabe por lo que va a pasar el que llega. Sentir cómo evolucionan, cómo salen... es único". En este centro, directora, terapeutas y monitores han pasado por el tratamiento. "La clave: se trata la adicción como una enfermedad reconocida por la OMS de la que se puede salir en manos de buenos profesionales".